Fotografías y textos por: Cynthia Benítez y Natalia Castrejón.
Que no se puede marchitar; inmarchitable.
Fuente: Diccionario del Español de México y Diccionario de la Lengua Española.
Fotografía: Cementerio de Morelia, Michoacán.
Inmarcesibles esperanzas
Frida tenía el orgullo igual de inquebrantable que la caña de azúcar que se pone en las ofrendas del Día de Muertos. Por otra parte, Cristián contaba con el (in)fortunio de llevar hasta el último extremo su palabra: lo que prometía lo cumplía, así le costara sacrificar sus propios sentimientos.
La combinación de dos personas así era tan tóxica como su gusto por el alcohol y el sexo en lugares públicos. Ese tipo de explosividad los llevó a diversos escenarios escabrosos.
Su última pelea contó con varios factores:
- un mensaje de la “ex”
- una botella rota de mezcal
- una patrulla
- una promesa
Ella vociferó que si se volvía a acercar a su casa le quitaría lo que amaba por sobre todas las cosas. Él prometió que lucharía por ella pese a los infortunios de una infidelidad pasajera.
Frida lo mandó a casa de la chingada (de su ex). Cristián no cesó de demostrar su arrepentimiento, pero no cruzó la línea que ella le había marcado: no poner un sólo pie en su casa.
La ansiedad es culera. Las noches sin dormir se sentían como un futuro amorfo que lo degollaban y le dejaban las lágrimas atoradas en la comisura de las ojeras, cuál charco callejero.
Cristián no podía sacarse de los oídos los besos tronados, no podía quemarse las mordidas en la espalda y mucho menos se podía arrancar los ojos para dejar de mirar la esperanza de un futuro con Frida.
Entre los mil hábitos que habían compartido durante años estaba la celebración de Día de Muertos, la gozaban a tal grado que Navidad era una fecha más. Por eso él creyó que era buena idea llegar con un ramo de flores de cempasúchil, inmarcesibles como sus ganas de estar con ella, y echarse un gallo a honor de los viejos orgasmos al roce de la medianoche.
El día llegó y con él la promesa de Frida, cuando vio a Cristián al filo del marco de su puerta.
—¿Por qué lo hiciste?— chilló Frida mientras palidecía y se le mojaban las mejillas.
Ella con ambas manos tomó un cuchillo y perforó su propio cuello, la sangre corrió a las botas y al pantalón de Cristián.
El borracho del panteón recita esa historia hasta que se le acaba la saliva, o la anforita de mezcal.